Por Roberto Sandroni
Cómo en las Cruzados de los ejércitos de la Roma del viejo imperio, cansados pero con la moral intacta, caminaban a paso cansino pero seguro los PEQUEÑOS VALIENTES TITANES, al comando del Rey Jorge.
El Sur había sido dominado, Atenas y sus ciudades vecinas ya habían sido dominadas. El último bastión a vencer era el Norte, el temido Roncedo, justó allí, donde la doble vía se esfumaba.
Como en una procesión, marchaban los pequeños valientes titanes junto a un ejército con el fin de invadir Alcira y por si no era una sola, también a Gigena, pero con un único objetivo: EL OLIMPO, sentarse de una vez por todas JUNTO A LOS DIOSES.
Los titanes llegaron a la vanguardia, bien temprano, como reconociendo el campo de batalla. El resto del ejército, unos ochocientos, en retaguardia, poco a poco formando campamento.
Las miradas eran cómplices, los gestos lo demostraban, ésta vez la batalla, estaba ganada.
La previa fue de comida e infusiones en cercanías de aquello que no era un estadio, sino más bien el Coliseo Romano. Las autoridades con sus uniformes poco a poco desembarcaban a los fines de que las reglas se respetaran.
En menos de una hora las gradas no respiraban, el ejército de los ochocientos gritaba y cantaba mientras la salida de los titanes esperaba, todos y cada uno se buscaban, para ponerse al lado del otro, para no perder la cábala.
El tiempo se aproximaba, la hora de la verdad llegaba, en pluma y tintero la historia esperaba para ser contada.
La salida de nuestros titanes fue de alguna manera magnánima, ya el brillo en los ojos de algunos soldados presagiaban la gloria segura y por descontada.
Los ejércitos estaban adentro y el juez anunció el comienzo de la batalla. Los actores parecían moverse como en partida de ajedrez, ocupando espacios, movimientos tácticos, planteos y replanteos, sabiendo que el valor cuenta pero con inteligencia las batallas también se ganan.
La batalla comenzó, ni un metro se daban, esto fue hasta que apareció el General, el de las viejas batallas, con cicatrices en su cuerpo pero con júbilo en el alma, dando así principio a la victoria con una estocada que ellos no esperaban.
Cuando la cosa se complicaba, infló el pecho el de los cuatro pulmones, se movió como la torre, y con certero latigazo espantó los viejos fantasmas, aquellos de la batalla nocturna, que asomaban amenazantes, y así de una vez por todas desterrar la pesadilla contra LOS ANDES.
Ah, Dioses del Olimpo, ahí te mandamos nuestros titanes, para que los sienten a su lado y así jamás ser olvidados. Te lo pedimos nosotros, los que siempre apoyamos, porque ellos un día en la campaña al Norte hasta el corazón nos entregaron.
Ahora caigo en la cuenta, no era partida de ajedrez la del campo de batalla, en la cancha lo que había eran once LEONES, o mejor decir nuestros PEQUEÑOS VALIENTES TITANES.
(27/07/2014 - POR FIN LA HISOTRIA SE ESCRIBIÓ EN AQUELLA PÁGINA EN BLANCO QUE TANTO ESPERABA – GRACIAS SAN MARTÍN) ROBERTO SANDRONI-.
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